“Agáchense, todos abajo, cúbranse, están aventando piedras”, se escucharon los gritos desesperados de uno de los integrantes de “La Resistencia”, los hinchas de Gallos Blancos, arriba del camión. El blanco de los ataques. Las piedras llovían.
Desde adentro, los aficionados de negro y azul insultaban y retaban a los de afuera. Y desde abajo, el enemigo les tiraba un auténtico arsenal de piedras.
La rivalidad del León y Querétaro se traspasó afuera del campo, las porras se enfrascaron en ataques. Fue por momentos el caos.
Unos con la cabeza abierta y con sangre, heridos de la batalla.
Ya arrancado el duelo, los que de verdad peleaban por puntos en la tabla, el León y el Querétaro, no despertaban más pasión en la tribuna, que la de los hinchas por el desquite. Los cuadros de la Policía se atrincheraban en la calle Olimpo y en las inmediaciones del Estadio, subían a las patrullas a los más rijosos.
“Necesitamos más refuerzos, ya le empataron al León”, se escuchó por la banda radial de la Policía, y de repente arribaron más y más patrullas.
Cuando se escuchó que cayó el 1-1, algunos policías sólo agacharon la cabeza, tristes por el resultado de su equipo.
“Los quiero de dos en dos, si se puede agarrados de la mano”, les ordenó uno de los comandantes a sus elementos, para que condujeran a los hinchas del Querétaro.
El director de la Policía, Carlos Tornero Salinas, ya no quería más sorpresas. “Cierren las ventanas, es por su bien, ciérrenlas es por su seguridad”, les advertía a los aficionados visitantes.
Pero unas ventanas, ya ni podían cerrar. Estaban destrozadas. Otra vez el León dejó ir el triunfo en casa, el Querétaro le arrebató un punto, y la violencia volvió a brotar.
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